SecuenciaSonar


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C O M U N I C A D O


A mi querido público de lectores y amigos todos, con este pequeño aviso, quisiera por favor que me disculpen pero por motivos estrictamente de tiempo y trabajo que lo necesitaría para terminar y concentrarme sólo en mi segunda novela, en mi blog Flujanz ya no publicaría más artículos ni trabajos literarios hasta durante un tiempo o mejor dicho nuevo aviso. Salvo las producciones musicales y vídeo-clips de SecuenciaSonar, que sí las seguiría divulgando y actualizando cada cierto tiempo en este mismo espacio, así como también en el siguiente link, www.reverbnation.com/secuenciasonar. Por otro lado, no se preocupen que, para todos mis amigos en Facebook y Twitter, seguiré también escribiéndoles como siempre.

En ese sentido, a todos mis fieles seguidores, amigos, lectores y conocidos todos, les pediría que durante este tiempo de ausencia tuvieran también algo de paciencia, que pronto, muy pronto estaría, como siempre, yo y mi excéntrico personaje Flujanz de nuevo con ustedes para seguir deleitando (a unos) o quizá aturdiendo (a otros) con más escritos y ocurrencias mías. Y, bueno, lo fundamental, de paso también ofrecerles, después de mi primera novela ¿Por qué a mí? que ya ha sido publicada también en dos ediciones (2003 y 2008, respectivamente), mi otro gran segundo intento de ficción literaria o, si quieren, llamémoslo una otra historia de esas entripadas mías.


FREDERIC LUJÁN ZEISLER


Alemania, miércoles, 20 de marzo de 2013

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Tuesday, February 03, 2009

En homenaje a mi padre

Mis amigos lectores, como diría el gran Rubén Blades en su preciosa canción de “Tiempos” que también la he incluido más abajo en este post, que para todo hay un tiempo, hasta para morir, esta vez le tocó el tiempo de partir también a mi querido padre, para ir a juntarse seguramente con mi madre allá, al otro lado. Y bueno, por eso que para mí sería también un gran honor compartir ese sentimiento de perdida y dolor que ahora siento por él con ustedes, regalándoles esta vez un emotivo pasaje de mi novela "¿Por qué a mí?”, que escribí en el año 2003 y que ha sido editada también por segunda vez y traducida al alemán, el año pasado.


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¿Por qué a mí?

(ISBN 978-3-8370-4938-1; BOD, segunda edición /2008, 340 pag.)


(...)

Fue la Navidad más bonita de mi vida y probablemente también la última con ellos. Podía sentir la emoción de mi madre cuando le cambiaba la ropa, le daba las pastillitas, le echaba talquito en el cuerpo adolorido y dormía junto a ella tal como lo hacía Filo. Podía escuchar sin que me dijese una sola palabra: gracias hijo, cómo me gusta que me atiendas, estoy orgullosa de ti. A mi padre en cambio le ayudé en la noche a levantarse de la silla, para que pudiera acostarse en la cama; le acomodé en la bacinilla para que pudiera también hacer sus necesidades. Todo me daba una satisfacción indescriptible que nunca antes había sentido y muy diferente a las que hasta ahora había experimentado. Cuando cenamos los tres solos, no sentía necesidad de estar con nadie más. Comimos pavo y luego brindamos con un vino chileno bien añejo, a mi padre le encantaba el buen vino; pusimos villancicos navideños y nos repartíamos los regalos, que no eran gran cosa: un par de medias, ropa de dormir para mi madre, una colonia de afeitar para mi padre, un shampoo para Toribia, unos cuantos dulces y una botella de un buen vino francés para las enfermeras.
Esa noche estaba tan pendiente de querer ayudarlos y de que pasaran un momento feliz conmigo que había olvidado mis mortificaciones por completo. Me sentía bien, sin la presión del tiempo o el qué dirán los demás, sin preocuparme de cosas que aún no habían sucedido. Sentía que las vivencias con mis padres esa noche me llenaban de energía positiva. Era algo que llegaba al fondo y se quedaba, permanecía allí, no como las otras experiencias de placeres vagos y mundanos, donde Arévalo, que eran pasajeras.


La hora cero había llegado y tenía que despedirme de ellos. Fui primero al cuarto de mi madre, me senté junto a ella, la miré, me aguanté para no llorar y dije:
“Mutti, te voy a echar de menos.”
No me salían las palabras. Ella no podía hablar, pero sus ojos decían todo, brillaban de alegría, como si fuera una criatura a quien le hubieran hecho el mejor regalo. Me agarró fuerte con la mano que todavía podía mover y me entregó una foto de aquella bella rosa que una vez había plantado para mí y que la había bautizado con mi nombre. Se veía esplendorosa. En el dorso había escrito: “para la felicidad eterna de mi hijo.” Al verla me acordé inmediatamente de lo último que me dijo Alberto aquel día cuando yo estaba dispuesto a quitarme la vida: “y ahora sé optimista y no olvides que entre las espinas también crecen las rosas.” Esa rosa me daba como mensaje que después de un sacrificio obtendría una satisfacción. Ahora me sentía triste, pero al mismo tiempo contento porque sabía que a mi madre le había brindado esa noche el calor de mi cuidado, haciéndola muy feliz. La besé en la frente y se volteó, quería dormir y mientras la veía con los ojos cerrados, le decía despacito:
“Gracias Mutti, por todo. Y ahora sueña, sueña mucho, que siempre estaré contigo.” La acomodé un poco, halé las frazadas y le apagué la luz de la mesita de noche.
Mi padre estaba en la sala esperándome. Se hacía el fuerte emocionalmente, siempre gracioso y espontáneo en sus cosas, pero yo sabía que también le invadía una profunda pena.
“Pensé que te habías quedado dormido, hijo. ¿Y? ¿Cómo la has encontrado?”
“Me he emocionado mucho, Papi. Mira, me regaló la foto de su rosa preferida, la que teníamos en la otra casa, ¿lo recuerdas?”
“Cómo no, si a mí me tenía loco con el abono. Había que echarle siempre Guano de la Isla, creo que era de gallinazo porque apestaba a demonios. Pero valió la pena, lástima que no se podía transplantar. ¿Cómo estará ahora, la pobre? ...”
Miraba la foto. Le hacía recordar los buenos tiempos de cuando la Mutti estaba sana y él todavía podía caminar.
“Qué buenos tiempos eran aquellos y ahora fíjate nomás como estamos”, decía él. Movía la cabeza, hacía ruidos con la boca. “En fin, qué se le va hacer, así es la vida, pues.”
Comenzó con su carraspera.
“¡Hum, hum! ¡Hem, hem! ¡Toribia! ...”, gritaba “Alcánzame por favor un vaso de agua.”
“No, no hay necesidad, deja a Toribia tranquila que yo te lo alcanzo.”
“Bueno, gracias hijo, gracias ... ¡Hem, hem!”
De tanto que tosía soltó también una flatulencia bien sonora. Por lo que se movía poco, se le acumulaban también los gases. Hablaba solo, miraba la foto. Le preparé una jarra de limonada. Yo me había comprado unas cervezas.
“Ten cuidado con el trago, no me tomes mucho, ya. Eso te va a fregar la salud”, me advertía.
Pero ni el cigarrillo ni el trago lo podía dejar. Felizmente no tenía plata, sino hubiera estado también dándole a la coca. Había momentos en que me provocaba, pero no me había enviciado.
“Los voy a extrañar mucho. Detesto a esos NAZIS, allí no me siento a gusto”, le dije.
“No hables tan mal de ellos, que gracias a ese país has podido hacer también tu proyecto OMP, TMP, o como se llame.”
“Ya pues, Papi, no hables así de mi proyecto. Se dice TMC.”
“Bueno, bueno, yo no entiendo de esas cosas, lo único que sé es que más que de mejoramiento ha sido un proyecto de empeoramiento continuo, porque ahora estás más destruido que después de un bombardeo, ... ¡Ja, ja, ja!”
Su apreciación no me causó gracia y él se dio cuenta.
“Discúlpame, Félix, ha sido sólo una broma, ¿me perdonas?” Me acariciaba la mano.
“No, sigue nomás, creo que tienes razón, todo mi esfuerzo de nada valió. Ahora soy un Don Nadie.”
“Qué dices, hombre, tú vales mucho. Fíjate, yo, por mi distrofia, tuve que colgar mi uniforme de aviador y ahora lo único que manejo es mi silla de ruedas y tal vez no por mucho tiempo, porque las manos están también que me joden.” Tosió de nuevo, tomó la limonada. “Si acaso ahora me fuera al más allá, qué sería de mi Mutti, así que mejor me dedico a cuidar mi saludcita.”
Admiraba el coraje de mi padre. El amor que le tenía a mi madre le impulsaba a seguir siempre adelante con optimismo.
“¿Tienes ya todas tus cosas? No te olvides de llevar tus pasajes, el pasaporte y lo más importante, cuida mucho tu dinero, guárdalo siempre en un lugar seguro. Yo estoy convencido que vas a encontrar trabajo pronto, tú eres un hombre inteligente. Ten cuidado nomás con las mujeres, amarra ese pájaro, ¿me entiendes?”
“Sí, no te preocupes, que por todo lo que me ha pasado ya no quiero saber nunca más de ellas” le dije, y brindamos juntos, golpeábamos los vasos.
“No digas eso, hombre, ahora no exageres, que de repente te me vuelves maricón y ahí si que te desheredo”, dijo
El taxi tocó el timbre de la casa. Toribia abrió la puerta y exclamó de pena:
“¡Ay, Dios! Ahora se va el joven Félix.”
Comenzó a llorar y le siguió luego Filo, María, la planchadora y el jardinero. Mi padre se aguantaba. A mi madre en cambio le habían dado una pastilla tranquilizante para se quedara dormida, la tensión del momento le podría afectar el corazón que ya bastante delicado lo tenía. Yo mudo de la emoción, se me había ido el habla, pasaba sólo la saliva. Mi padre en un rincón de la sala, todo acurrucado en su silla, me miraba con mucha pena. Sus ojos se le pusieron rojos y dijo:
“Qué tengas un buen viaje y aprende a ser feliz.”

(....)


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Carlos Alberto Luján Ramírez ( † 10.06.1921- 30.01.2009), pionero de la aviación civil en el Perú.

























Director y co-fundador de la Compañía Peruana de Aviación Faucett. S.A.















Condecoración recibida por el Minisitro de Aoeronáutica del Perú

























De todos los aviones que mi padre manejó, estos dos habían sido sus engreídos.




Publica Flujanz

Por © Frederic Luján