
“¡OH!... no tienen una idea de como me siento al estar ahora aquí, junto a ustedes, sarta de majaderos malagradecidos...”

Estiraba sus brazos con vehemencia, inflando los pectorales y separando bien las piernas para mantener el equilibrio encima de ese banco que se tambaleaba. Su voz era resuelta, enérgica, como si lo que les dijera le sirviese para librarse por fin de una gran carga. El público cada vez más numeroso se apiñaba a su alrededor, creo que más que nada, lo observaba por curiosidad y con algo de desconfianza.
“A ver, por qué no se dejan de tanta frialdad e indiferencia y se abren igual que yo, extiendan sus brazos hacia el cielo y digan fuerte conmigo: Gracias, sí, gracias a ese policía o guardia que sacrifica a veces hasta su vida a cambio de brindarles seguridad; gracias a ese humilde basurero, quizás para ustedes más que un simple estercolero, que nos limpia siempre las calles y vacía esos toneles llenos de porquería; gracias a esos médicos, clínicos, internistas, practicantes, que con su sapiencia y abnegada labor nos devuelven nuevamente la salud; gracias por esos científicos, profesionales y técnicos que con sus métodos y criterios nos dicen cómo se deben de hacer las cosas, aunque, desgraciadamente, también nos orienten hacia un mundo cada vez más automatizado, frío y egoísta...”
Cada palabra que predicaba Flujanz irritaba cada vez a ese público que lo miraba como diciendo, ¿y éste loco de dónde ha salido?

Mientras más fuerte les hablaba, a veces hasta con lágrimas en los ojos de pura emoción, acentuando cada letra de ese “gracias” como si se tratara de una palabra santa, más sentía como su pecho se libraba de esa opresión que tanto le molestaba. Bajaba a ratos sus largos brazos que colgaban como lianas de los hombros para aplaudir y mover atrevidamente la cintura, meneando las piernas, sólo por ver si con esas salían también de su letargo.

Ya habían pasado como veinte minutos y Flujanz seguía allí, parado, diciendo todo lo que se le ocurría. La gente comenzaba a pifiarlo, arrojándole cosas e insultándolo duramente: "¡Ya cállate, loco de mierda!” “¡Quién te has creído que eres, Dios, el creador de la tierra, el Salvador!...”, y cosas por el estilo.
Flujanz despertó al día siguiente mitad inconsciente en una posta médica y con contusiones en todo el cuerpo; adolorido como estaba se tocó la cabeza y balbuceando le dijo al médico de turno que lo miraba compasivamente: “Gracias, doctor, usted me salvó la vida.”, y volvió a cerrar los ojos.
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Como complemento a esta sugestiva metáfora sobre lo mucho que les cuesta a algunos a veces sincerarse para dar simplemente las gracias (y ojo que me refiero siempre en el buen sentido de la palabra), me gustaría mostrarles también a esa recordada artista chilena polifacética y gran luchadora contra las visiones estereotipadas de América Latina Violeta Parra; auténtica recuperadora y creadora de la genuina cultura popular, para que nos deleite con una de sus últimas creaciones musicales que ha sido escrita poco antes de morir en 1966, llamada, “Gracias a la vida”
Por © Frederic Luján
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