SecuenciaSonar


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C O M U N I C A D O


A mi querido público de lectores y amigos todos, con este pequeño aviso, quisiera por favor que me disculpen pero por motivos estrictamente de tiempo y trabajo que lo necesitaría para terminar y concentrarme sólo en mi segunda novela, en mi blog Flujanz ya no publicaría más artículos ni trabajos literarios hasta durante un tiempo o mejor dicho nuevo aviso. Salvo las producciones musicales y vídeo-clips de SecuenciaSonar, que sí las seguiría divulgando y actualizando cada cierto tiempo en este mismo espacio, así como también en el siguiente link, www.reverbnation.com/secuenciasonar. Por otro lado, no se preocupen que, para todos mis amigos en Facebook y Twitter, seguiré también escribiéndoles como siempre.

En ese sentido, a todos mis fieles seguidores, amigos, lectores y conocidos todos, les pediría que durante este tiempo de ausencia tuvieran también algo de paciencia, que pronto, muy pronto estaría, como siempre, yo y mi excéntrico personaje Flujanz de nuevo con ustedes para seguir deleitando (a unos) o quizá aturdiendo (a otros) con más escritos y ocurrencias mías. Y, bueno, lo fundamental, de paso también ofrecerles, después de mi primera novela ¿Por qué a mí? que ya ha sido publicada también en dos ediciones (2003 y 2008, respectivamente), mi otro gran segundo intento de ficción literaria o, si quieren, llamémoslo una otra historia de esas entripadas mías.


FREDERIC LUJÁN ZEISLER


Alemania, miércoles, 20 de marzo de 2013

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Wednesday, August 11, 2010

Fantasías de Luchito



Fantasías de Luchito...
Luchito se revolcaba en la cama, movía la cabeza de un lado a otro. Soñaba cosas raras, muy raras. Se excitaba y su cuerpo reaccionaba ahí abajo –donde Adán acostumbraba cubrirse con una hoja. Le apasionaba los animales –el primero en biología y naturaleza de su colegio: a todos les decía que cuando terminara la secundaria se presentaría a la Universidad para estudiar zoografía. Le fascinaba su anatomía fuerte y recia, en especial la morfología de los mamíferos cuadrúpedos. Su afición por los animales era tan grande que un día hasta soñó ser un zoomorfo: mitad hombre mitad caballo, un dinosaurio con cabeza humana, o un puma felino con cuerpo de gladiador. Se podía pasar horas enteras sin pestañar, leyendo enciclopedias, libros y revistas especializadas en herbívoros, carnívoros, clasificándolos por su modo de locomoción, y por los tipos de hábitat. Pero en esa noche sombría, sin luna ni estrellas, Luchito divagaba en un sueño insólito, extravagante, coexistiendo con los personajes de su propio mundo interior. Se agarraba lo que tenía abajo entre las piernas, cerraba fuertemente la mano haciendo un puño; escuchaba en su fantasía la voz de su padre quien le hablaba de una forma extraña:

“Luchito, hijo mío, vas a tener buen futuro. Mira... pero si la tienes más grande que yo.” Se comparaban desnudos mientras se duchaban; a pesar de su corta edad, Luchito tenía un pene tres veces más grande que él de su padre.

Con sólo diez años de edad su órgano viril se desarrollaba de una forma sorprendente –crecía cinco centímetros por año. Su padre orgulloso le decía:

“Así me gusta, Luchito, te estás haciendo hombre. Porque los hijos un día tienen que superar a los padres, ¿verdad?”, y se miraba lo que le colgaba abajo.

“Sí, papá... lo sé, lo sé.”, contestó Luchito, contento “El otro día en la clase de deporte, vi a Jacinto haciendo pila, y la verdad que me sorprendí: la tenía chiquitiiita, chiquitiiita... Je-je-je”, se reía, sobrado. “¿Sabías que los de la clase me llaman Huevodetoro? Me gusta, me gusta, je-je-je. ¿Quieres que te diga también otra cosa, papá? Lupita y Carina, como siempre las más chismosas y curiosas, me miran siempre el bultito que sobresale en el pantalón, y no sé por qué, pero cuando las observo, me crece, se hincha, y ellas se ponen rojas y se tapan la cara.”

En su sueño, Luchito se hizo hombre, ya era mayor de edad, y con una cola de medio metro que la tenía que enroscar y amarrar con ligas y prendedores en el pantalón. Cuando se estimulaba, crecía por lo menos medio metro más, con tres pulgadas de diámetro, parecía un tubo de desagüe: una imponente masa de carne, nervios y músculos perfectamente formados. Cuando comía algo condimentado con ajo o ají, por ejemplo, se le ponía aún más grande, monstruosa, llegándole a crecer como una trompa de elefante africano viejo.

Financiaba sus estudios universitarios trabajando en películas pornográficas Hardcore de extrema perversidad. Era un modelo muy cotizado, cobraba por escena; le pagaban inmediatamente y en efectivo. Con las mujeres –como era también de suponer- ya se había resignado, ninguna quería algo con él, todas le tenían miedo. Por el amor que tenía a los animales, se inclinó entonces a la zoofilia. Le gustaba satisfacerse con las bestias, entrando de noche y a escondidas al Instituto de Investigación y Fecundación Animal de la Universidad. Irrumpía sigilosamente las jaulas de prueba para enamorar a los mamíferos, vivíparos, cuadrúpedos, y todo ser animal irracional que encontraba, excitándolos con gran facilidad.

Un día mató a una ternera en plena copulación –el animal se había excitado de tal manera que se le había parado el corazón. Con los cerdos le daba asco porque cuando se excitaban, defecaban una mierda apestosa y gritaban como condenados, aparte que por el grosor de su pene (más de siete cm de diámetro y todavía en estado flácido) la penetración le dolía mucho. Los monos, en cambio, especialmente el Tití enano y el Cebus capuchinos de carita blanca, eran más cariñosos, le lamían y chupaban con agrado. Lo masturbaban entre cuatro y cinco, columpiándose y colgándose de su falo como si se tratara de la rama de un árbol selvático; cuando se vaciaba, gritaban y saltaban alegres, embarrándose con el líquido lechoso. A las gallinas –de pura rabia, porque no las podía penetrar-, les ahogaba chisgueteándoles el semen por el pico justo cuando comenzaban a cacarear. Un día se tiró a una leona de dos años, que estaba tomado su siesta después de haber comido su merienda de diez kilos de carne: acarició primero su vagina peluda y olorosa, metiéndole el dedo y luego toda la mano, y al final le perforó todo el proyectil caliente y duro. Cómo habrá sido la copulación, que la felina así dormida como estaba, ronroneaba de placer, no paraba de lamerle el cuerpo y luego el pene hasta dejarlo seco sin ninguna gota de semen. Se enamoraron por instinto –amor bestial a primera vista. Cada fin de semana él se enjaulaba con la leona, intercambiando jugos corporales, haciendo de todo, hasta que un día copularon tanto que el pobre animal no pudo más y murió de cansancio.

Se obsesionaba con los animales. Cuando le gustaba a uno no paraba hasta matarlo de excitación. Como estudiante de zoografía, conocía todos sus secretos anatómicos. Sabía perfectamente cómo excitarlos. Le alocaban sobre todo los cuadrúpedos équidos (según él, le dolía menos) Un día hizo el intento con una vicuña, le gustaba como le miraba con esos ojos tiernos de pestañas largas y mirada dulce –característico de los camélidos-, tenía apenas nueve meses: la arrinconó en su propia jaula, se bajó el pantalón, la agarró del cuello, amarró sus patas traseras con una soga, y comenzó a introducírsela salvajemente: no entraba, pero insistía, la vicuña se retorcía, orinaba de dolor, la zarandeaba golpeándola contra los hierros de la jaula; hasta que por fin después de treinta minutos de lucha animal-hombre, entró de tal manera en su vagina, que el pene le salía por el hocico como si fuera una lengua; boqueaba sangre espesa, estaba agonizando. Luchito le había reventado los intestinos. A partir de ese momento juró que nunca más lo iba a hacer con una camélido y se prostituyó con los caballos. Se excitaba morbosamente, acariciando sus sudorosas ancas, con esos muslos y nalgas musculosamente formados; le alocaba el humor de su piel y porte majestuoso cuando galopaban.

Se ofreció a filmar escenas pornográficas con yeguas; tenían que ser de la raza dolicomorfos (árabe, trotador francés, o de pura sangre inglés), a veces copulaba también con los mesamorfos (la raza cleveland inglés), solamente que estos últimos cuando les venía el clímax se les daba por patear. Abdula Shemir –un pariente de segundo grado del Emir de Dubai-, se había enterado de un tal Luchito que hacía excitar a los animales y eso le gustaba: Quería darle una sorpresa a sus yeguas de pura sangre, para que se satisficieran sexualmente, engreírlas con nuevos placeres. Fue así como Luchito firmó un contrato para filmar una película con los pura sangre.

Se embarcaron por avión las cinco mejores yeguas y se construyó especialmente una caballeriza a todo dar: con luces halógenas tele dirigidas, cámaras digitales completamente computarizadas para que Abdula Shemir pudiera ver las mejores escenas en vivo desde Dubai; el suelo rojizo de tartán para el escenario; cercos acolchados con un material esponjoso para que no se hicieran daño los animales cuando se excitaran; aire acondicionado para refrescar el ambiente; y cinco ampollas intramusculares de yohimbina de purísima calidad. Todo estaba listo. Las yeguas insinuaban sus deseos, levantando sus rabos, enseñando sus oscuros conductos.

“¡Para qué la yohmbina!”, exclamó desconcertado Luchito. “Ellas no necesitan eso, cuando me la vean, se excitarán solas... ¡Quiten eso, quiten eso!”, ordenaba en tono imperativo.

Estaba excitado, su pene se le había puesto gigantesco. Lo mostraba orgulloso a todo el mundo como diciendo, miren lo que tengo aquí. Quería doblarlo un poco, pero nada, parecía el tronco de un taxodio mexicano de lo duro y grueso que se había puesto. Mientras se quitaba la ropa, se masturbaba mentalmente, mirando los esbeltos cuerpos de esos dolicomorfos: todos largos, con muslos fibrosos, brillosos, perfectamente formados, de dorsos fuertes y redondeados, con cuartillas largas e inclinadas. Su pene crecía y se enchanchaba más y más. El personal técnico y camarógrafos al ver semejante rareza, también se sorprendían y soltaron un solo ¡OHHH! de asombro.

Yemín –el veterinario árabe, quien había venido especialmente desde Dubai-, amarraba a las yeguas para que no se hicieran daño.

“¡No, no, qué hace!... ¡No quiero que las amarren!”, gritó Luchito “¡Copularé con las cinco a la vez!... ¡Desátenlas, desátenlas!”

“Pero...”, refutó Yemín.

“¡Nada de pero!...Yo sé lo que hago, conozco también de animales”, insistió Luchito; le enseñaba su monstruosa, gigantesca masa de carne erecta, con todas las venas salidas y una cabeza que palpitaba al rojo vivo.

El personal técnico comenzó a sentirse incomodo, algunos se espantaban y se tapaban la cara. Luchito, con sólo oler el sudor dulzón mezclado con estiércol que expelían los caballos, se excitaba aún más.

Desataron a las cinco yeguas y las soltaron al ruedo. Los animales le olían el ano a Luchito como si fuera uno de ellos. Excitados le rozaban con sus ancas el cuerpo desnudo, se movían atrevidamente como insinuándole para que empezara de una vez; se retorcían tocándole el pene con sus blandas bocas y labios.

Luchito no aguantó más y montó a la más oscura que ya mostraba su conducto vaginal, alzándole la cola; se dejaba hacer de todo, le gustaba, pero también le dolía, relinchaba, saltaba, se paraba en dos patas, se movía desesperadamente; y Luchito seguía allí, prendido como una sanguijuela. La metía y sacaba con una vehemencia perversa, una y otra vez; a la yegua le dolía, punzaba, comenzó a salirle sangre, mucha sangre. Se le había desprendido el útero. El caballo luchaba entre la vida y la muerte, exhausto, casi inerte, con el corazón que le latía a cien por hora; botaba una espuma amarillenta por el hocico. Ya no había nada que hacer, Luchito la había asesinado.

Yemín –el veterinario- , impotente de no poder hacer nada, le gritaba:

“¡Asesino, anormal, exterminador de animales!... ¡Paren, paren de filmar! ¡Ese hombre es un monstruo!”, se tiró encima del cadáver, quería resucitarlo.

Pero Luchito ni caso le hacía, totalmente excitado, comenzó a clavarles la masa eréctil al resto de las yeguas por el ano mientras defecaban; vociferaba loco: ¡Qué rico, qué rico, con estiércol, entra suavecito! ... ¡Toma y toma! Y comenzó a hacer lo mismo que hizo con la primera: a destrozarles la vagina con su enorme pieza; sangraban, corrían desesperadas alrededor del escenario, todas desgarradas, despellejadas, con los pedazos de órganos que colgaban de sus conductos, salpicando sus jugos. Yemín se lanzó hacia él para contenerlo, lo tumbó al piso, y con un sable de media luna le cercenó el pene de una sola tajada. Los animales exhaustos, ya casi desahuciados, iban cayendo al piso uno por uno. El escenario se había convertido en un coliseo romano: con cadáveres de animales desparramados por el piso y un largo trozo de carne que aún se movía chisgueteando semen mezclado con sangre.

Luchito se había movido de tal manera en la cama, que la frazada y almohada habían caído al piso. Se despertó aún soñoliento y empapado de sudor soltó la mano que tenía clavada entre las piernas, miró, y dándose cuenta de su triste realidad, gritó casi llorando de vergüenza:

“¡Por qué, por qué mierda he nacido mocho!”



Publica Flujanz

Por Frederic Luján (relato extraído de su Libro El expresionista , edición 2004)

7 comments:

Mariangeles said...

Fuerte, muy fuerte, crudo, sangriento, pero que bien escrito, tremenda clase de narrativa, uso del lenguaje, y que alivio que fue una "fantasia" la de Luchito... y como siempre en todo lo tuyo encuentro, entre lineas, esa mezcla de ternura en tu estilo que es tan tuyo, tan audaz, irreverente, brutal, grotesco, atrevido, valiente, mezclando la cruda realidad del pecado, la sodomia, el descontrol de los placeres, con el erotismo agudizado y en este caso esta fantasia de "bestialismo" ... entre broma y broma y al mismo tiempo muy en serio te puedo decir que a nuestra edad que un Luchito tenga un "bulto" muy grande es un problema serio mas que un "regalo" de la naturaleza.

Es tarde y me voy a dormir, espero que este relato no me haga recrear la ultima escena.

Besos, Mary Elizabeth

Anonymous said...

Grande Flujanz: Mordaz, directo, irreverente, cumplido, etc y sadozoofilico.
Invite a amigas y amigos a leer tu relato, y como ya tu sabes se produjo una guerra civil de comentarios. "Es un degenerado", "Dios lo va a castigar", "El libro incluye lubricante? "Que bien escribe, rompe con los esquemas", "Brutal pero con estilo", "Tengo una yegua, pero no lecuentes", etc.

Yo lo lei y acostumbrado a moverme en este mundo de gente siutica y autolimitada, donde la frase "lo que hay entremedio de las piernas" o para que decir directamente "verga", "concha" y todos sus sinónimos, causa escandalo, rash cutaneo, reacciones alergicas, palpitaciones, desorbitaciones oculares, etc, etc, sin embargo todos incluido yo, una vez que empezamos a leer llegamos hasta el final(acabamos completamente). Logras enganchar al mundo lector independiente de lo reverente o irreverente que decidas ser.
Un abrazo amigazo y nos veremos al son de los tambores y al campanazo de las jarras de licor!!!

Octavio

Anonymous said...

Yo opino lo mismo que Mariangeles... Eres genial!!!! Tu forma como describes las situaciones ( tus sueños), es muy fuerte pero, y a pesar de ello, veo que tambien escondes siempre una gran porción de amor en tus relatos. Te felicito

Katrina

Anonymous said...

...mi estimado amigo irreverente, con este relato de índole zoofilico,usted sí que ha llegado a la cúspide... Fabuloso, simplemente fabuloso!!!!

A ver si para la próxima nos escribe tambien otra historia parecida...

Un abrazo,

Koki :))))))))))))))))))

Anonymous said...

¡PERVERSO! ¡BESTIAL! ¡LUJURIOSO! ¡COCHINO!... PERO IGUAL TE QUIERO...

TU LOLA

Anonymous said...

Frederic, yo te he leído y te seguiré leyendo también siempre mucho,sí, pero algo así, por Dios, te juro que es algo que me descuadra y escapa de mi fantasía.... muy original

saludos,
Hibernan Arenas

Anonymous said...

COMO SIEMPRE, FLUJANZ!!!!! MORDAZ, IRREVERENTE, LOQUISIMO!!!

Patricia Santos