SecuenciaSonar


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C O M U N I C A D O


A mi querido público de lectores y amigos todos, con este pequeño aviso, quisiera por favor que me disculpen pero por motivos estrictamente de tiempo y trabajo que lo necesitaría para terminar y concentrarme sólo en mi segunda novela, en mi blog Flujanz ya no publicaría más artículos ni trabajos literarios hasta durante un tiempo o mejor dicho nuevo aviso. Salvo las producciones musicales y vídeo-clips de SecuenciaSonar, que sí las seguiría divulgando y actualizando cada cierto tiempo en este mismo espacio, así como también en el siguiente link, www.reverbnation.com/secuenciasonar. Por otro lado, no se preocupen que, para todos mis amigos en Facebook y Twitter, seguiré también escribiéndoles como siempre.

En ese sentido, a todos mis fieles seguidores, amigos, lectores y conocidos todos, les pediría que durante este tiempo de ausencia tuvieran también algo de paciencia, que pronto, muy pronto estaría, como siempre, yo y mi excéntrico personaje Flujanz de nuevo con ustedes para seguir deleitando (a unos) o quizá aturdiendo (a otros) con más escritos y ocurrencias mías. Y, bueno, lo fundamental, de paso también ofrecerles, después de mi primera novela ¿Por qué a mí? que ya ha sido publicada también en dos ediciones (2003 y 2008, respectivamente), mi otro gran segundo intento de ficción literaria o, si quieren, llamémoslo una otra historia de esas entripadas mías.


FREDERIC LUJÁN ZEISLER


Alemania, miércoles, 20 de marzo de 2013

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Friday, February 16, 2007

Te mataré mosca de mierda



Se escuchaba un zumbido molestoso en el cuarto. Como persona tranquila, calmada, siempre serena, que nunca se dejaba dominar por las emociones, intentó no dejarse irritar por ese ruido. Se encontraba en su estudio preparando el ensayo: “Domine mejor sus emociones y aprenda a vivir en Armonia”, que iba a presentar como material para una ponencia en el Centro de Técnicas Curativas del Instituto Nacional de Psiquiatría. Era psicólogo de profesión, con una vasta experiencia en técnicas de motivación y autocontrol.
Pero el ruido de esa mosca de seis milímetros de tamaño con cabeza elíptica era desesperante; por momentos parecía como el sonido de una broca eléctrica que le perforaba hasta las neuronas. El animal volaba alegremente alrededor de su cabeza; a ratos se posaba sobre su escritorio, moviendo las patas como si estuviera bailando un merengue, provocándole: “A ver, atrápame si puedes”, parecía decirle; no se dejaba atrapar. Inmediatamente emprendía vuelo rumbo a su oreja, nariz, manos y dedos. Descansaba por momentos en su frente fruncida, recorriendo las hendiduras y subiendo las lomas de su piel marcada por el tiempo; y nuevamente alzaba vuelo, explorando las partes más sensibles de su cara. A la mosca le gustaba el olor de su piel húmeda, cálida. Rastreaba su epidermis con la trompa sucia de materia orgánica en fermentación.
“Dante, cálmate, que es sólo una mosca”, se decía manteniendo su postura de hombre ecuánime; movía la cabeza para espantarla, abanicaba la mano.
Como psicólogo sabía cómo dominarse. Se inspiraba en los sentimientos que experimentaba en ese momento para preparar su ponencia; esbozaba sus ideas en un papel:
“La emoción es una experiencia sentida que se produce en algún punto por debajo de la nariz” Y sentía como la mosca se desplazaba bordeando su orificio nasal. Volvió a mover la cabeza, se rascó la nariz.
Se paró, arrimó a un lado la silla del escritorio y abrió la ventana.
“¿Y ahora dónde te has metido?...Ven y sal mejor por aquí”, le decía. A pesar de ser un insecto despreciado y fastidioso, prefería dejarlo ir a matarlo. Dejó la ventana abierta.
El animal no era idiota, y salió de su escondite detrás de la cortina para volver a ser gala de su destreza en molestar al prójimo. Se divertía con Dante. El insecto múscido salió del cuarto, feliz y contento rumbo a la cocina para alimentarse un poco con los restos del desayuno. Al cabo de cinco minutos volvió donde Dante con la barriguita más llena, para seguir molestándolo aún con más energía: Enredaba sus patas largas delanteras a los vellos de su cuello, esparciendo miles, millones de microbios y bacterias; se desplazaba por los orificios más sensibles de su cara; espulgaba con la trompa los restos micro-orgánicos de su piel; se movía por el borde de su labio inferior igual que un equilibrista; se paseaba entre los dedos, uñas, y a ratos hasta por el palmar de su mano derecha.
Dante aprovechaba para escribir teorizando las molestosas experiencias con esa mosca:
“Domine sus músculos concentrándose más en la experiencia emocional. Es necesario dosificar la tolerancia por intermedio de la intensidad emocional para que el coeficiente intelectual (CI) se acostumbre a compartir el control con el coeficiente emocional (CE)”
Conclusiones muy sabias. Equilibraba los pensamientos con los sentimientos, el control de la razón por encima de la emoción.
Y volvía el insecto: se posó en la mejilla de Dante, suspendiéndose en el aire, moviendo sus alas transparentes en el vacío –vibraban a mil por segundo, como retándole a jugar. Dante seguía allí, sin dejarse avasallar por lo nervios, y acordándose de las palabras mágicas que le habían enseñado sus sabios profesores: conceder, liberar, permitir, invitar. Le hablaba a ese Díptero ciclorrafo como si fuera humano:
“¿Con qué quieres jugar conmigo, no...?”, preguntó; y se acordó de otra importante regla: “Haga ejercicio, estírese, muévase, tonifíquese, sólo así estimulará mejor su conciencia física y emocional.
Dejó lo que estaba haciendo, se echó al suelo, y comenzó a hacer un poco de abdominales. Mientras hacía sus ejercicios, hablaba con la mosca, que se había quedado prendida en el techo como un arácnido:
“No te haré caso ni tampoco de odiaré, sería cómo rebajarme, porque sé que tampoco tienes la culpa de ser así: un animal sin cerebro que se guía solamente por los instintos, ¿me comprendes?”
Contraía los músculos del abdomen con fuerza.
“Así es, porque yo no soy como tú, puedo pensar, tengo inteligencia, actúo emocional y racionalmente. Así que ya sabes, a mí no me vas a irritar.”
Mientras más se movía Dante, tratando de espantar al animal, agitando sus brazos y piernas al vacío, éste más le molestaba. El insecto lo miraba atrevidamente. Y Dante, saltaba, aleteaba hombros, movía el cuerpo; y otra vez se agachaba, estiraba, volvía a encogerse, ejercicios y más ejercicios, pero nada. La mosca se había prendido a él como un parásito.
Dante se esmeraba en mantener la calma, y trataba de poner en practica las técnicas de autocontrol behaviorista, holista, budista y todas las que terminaran en ...ista ; el poder del espíritu, de la mente y su energía positiva con todos sus derivados:
“Dante, por favor, ese insecto nunca de dominará, ¿entiendes? Los animales no piensan como nosotros, o mejor dicho ni piensan. Escucharé mis palabras con los ojos, el corazón, el estómago, y con todas las otras partes de mi cuerpo donde me toque esa mosca. Me relajaré y neutralizaré la parte nociva, destructiva que hay dentro de mí y no le haré daño. Yo no me rebajaré ante ese bicho descerebrado sin inteligencia. Sí, eso es... me quitaré los zapatos y aflojaré la ropa.”
Se puso más cómodo. Se tapaba los oídos para no seguir escuchando ese zumbido que parecía hacerse cada vez más agudo.
Calentó un té y volvió al cuarto algo más tranquilo para continuar con su ensayo. Respiró tres veces, contó hasta diez, y procedió a escribir el siguiente esquema para su presentación:
“Primera parte: Siéntase inteligente; Segunda parte: Viva con inteligencia; Tercera parte: Siga siendo inteligente”, y empezó a desarrollar para la primera parte, los siguientes capítulos: “1.1-Acepte lo que siente; 1.2-Viva el momento: conciencia emocional activa; 1.3- Sea empático: cómo la inteligencia se vuelve sabiduría...”
Y así desarrollaba la teoría, capítulo por capítulo, acápite por acápite. Tenía que impresionar a sus colegas, los sicólogos.
La mosca merodeaba persistentemente alrededor de la taza de té que tenía junto a sus apuntes. Estiró sus alas y se lanzó al vacío, aterrizando justo en el borde de la taza con una precisión única: lamía con la trompa contaminada de microbios el líquido azucarado, mezclado con la saliva de Dante que se había quedado impregnada en el filo.
Dante levantó la vista por un momento para descansar un poco, y se dio cuenta que la acompañante molestosa nuevamente estaba allí, poniendo a prueba su paciencia, bañando su taza con bacterias patógenas. Sintió asco, mucho asco, contuvo una vez más ese sentimiento de antipatía y fastidio que llevaba adentro y con el afán de espantarla, dió un manotazo, botando la taza sobre su ensayo. Al ver como el líquido desparramado caliente desintegraba su trabajo –fruto del esfuerzo de horas de concentración-, su cerebro estalló en un corto circuito, se le bloquearon los pensamientos, borrándosele de la mente toda posibilidad de actitud templada, equilibrada: palideció, apareció en un ser indomable capaz de destruir la tierra en un segundo; la mosca diminuta se convirtió en un moscardón inmenso asesino que crecía y crecía; un enemigo de alta peligrosidad a quien había que matar a como de lugar.
“¡Ahora o nunca!”, le gritaba “¡Ya me llegaste, carajo!... ¡Te mataré mosca de mierda!”
Gritó tan fuerte que hasta los vecinos se habían asustado. Asomaban sus cabezas para ver qué sucedía en esa casa. En ese momento Dante ya no era el de antes, sus nervios le habían traicionado. Se había transmutado en un ser fiero, arisco, rabioso, intratable, lleno de odio y animadversión: se halaba los pelos, botaba espuma por la boca, clavaba las uñas en su escritorio; se arañaba hasta sacarse sangre; se mordía los labios, la lengua, lloraba desesperado. Su paciencia había llegado al límite.
“¡Al diablo con la inteligencia emocional, qué sicología ni autocontrol ni nada, carajo!... ¡Te asesinaré gasterophilus intestinalis! Apachurraré tu cuerpo, sacándote todo los líquidos... ¡Dónde estás, dónde estás, moscardón!”
Tiraba las cosas por la ventana, halaba las cortinas; destruía toda las cosas dónde ella pudiera posarse. Se fue a la cocina y agarró un mazo y un cuchillo de treinta centímetros para descuartizarla. Gritaba sin control por los cuartos y pasillos de la casa, totalmente trastornado; se enfrentaba a los armarios y estantes de libros tirando patadas, golpeando con el mazo, igual que Don Quijote luchando contra los molinos. Todo pero absolutamente todo lo que veía lo destruía: sus apuntes, ensayos de sicología, los libros de estudio de psicoanálisis y autocontrol.
“¡A la mierda con todo!... ¡Lo único que me interesa ahora eres tú, ven y enfréntate conmigo!”, retaba a la mosca. Daba cabezazos contra la pared, una y otra vez.
Se imaginaba que la mosca había depositado sus huevos en los asientos de la sala, y que miles, millones de larvas se convertían en una hippobosca equina, calliophora vomitoria, mosca borriquera, la Tsé Tsé.
“¡Sal de donde estás, carajo, que de aquí no saldrás viva!”
Levantaba los muebles de un porrazo, punzaba los cojines con el cuchillo, despegaba las alfombras del piso, cortaba los cables de las lámparas.
“Pero qué idiota... las moscas no pueden reproducirse aquí. ¡En la basura!... ¡Sí, eso es, la buscaré donde están los desperdicios!”
Regresó a la cocina y metió la cabeza en el basurero: despedazaba los restos de pellejo de carne putrefacta que había quedado de ayer; tiraba las cáscaras avinagradas de fruta al piso; las latas de conservas las hacía trizas. Lamió los platos sucios de comida que no había limpiado de hace dos días, y dijo:
“Bien, bien... así me tragaré también sus huevos y cuando defeque, veré las larvas de esas malditas moscas en mi excremento y las mataré una por una... Je-je-je” Se reía, completamente desequilibrado.
Ya era tarde, con todo lo que había roto en la sala, más los destrozos de las luces, se había quedado en tinieblas. Los vecinos que no se perdían ninguna escena, miraban sorprendidos por el balcón y comentaban preocupados:
“¿Qué le habrá pasado a Dante, él que ha sido siempre tan tranquilo y equilibrado? ¿No estará tomando drogas? ¡Pobre, se ha vuelto loco!... ¿Por qué grita así?”
La voz histérica de Dante retumbaba por el vecindario:
“Salvaré a la humanidad de este flagelo... ¡Cuídense, cuídense del moscardón, la Tsé Tsé!... Que yo mataré a ese múscido transmisor de la enfermedad del sueño... ¡PUM! ¡PAM! ¡PIM!” Se escuchaba los golpes secos de karateca que tiraba en forma precisa contra las paredes y puertas. Pero nada, seguía sin encontrar nada.
Comenzó a imaginarse otros escondites.
“¡Ya sé dónde podrías estar!... ¡Ajá, ajá!... ¡En el baño!”
Caminó hacia el baño sigilosamente como un felino, moviendo sus brazos en forma de serpiente, digno de todo un maestro en artes marciales. Giraba la cabeza como una lechuza; imitaba ruidos de animales para confundir a la presa. Cortó la cortina de la ducha de un solo tajo con la esperanza de encontrarla allí, pero nada. Se metió a la tina para refrescarse un poco y tomar agua. Fulminaba cada rincón del baño con la vista: raspaba la loza; metía uña y nariz en cada rincón, igual que un oso hormiguero; abría, levantaba aquí y allá.
“¡El escusado... claro, el escusado! El olor a mierda te atraerá. Cómo no se me ocurrió antes. Ahora sí que te atraparé, mosca de mierda. Ja-ja-ja... Je-je-je… Ji-ji-ji”
Levantó la tapa, se sentó y defecó una mierda apestosa, espesa. Se quedaba allí, sentado esperándola.
“¡Carajo!... ¡cómo apesta!...”, y se tapaba la nariz. “Ven mi mosquita y chúpame el ano con tu trompa, igual como lo haces con las vacas y caballos. ¡Mmm, qué rico!... Te cautivaré con mi aroma” Alerta con el cuchillo carnicero por si la cogía al vuelo.
Nada, no daba indicios. Se levantó, cogió un poco del excremento y comenzó a embarrar cada rincón de la casa; mezclándolo con lo que encontraba en los basureros.
“Eso es, para que huela todo rico. Además, te tengo otra sorpresa...”
Se fue al depósito, sacó un insecticida concentrado de DDT, cerró todas las ventanas y puertas de la casa, roció todo el ambiente con ese veneno mortal.
“Je-je-je... Ahora sí, te mataré insecto odioso, esperaré, esperaré... Je-je-je”

Mientras esperaba a su víctima, que ya hace rato había escapado volando por una ventana, sentía que su cuerpo se debilitaba cada vez más, hasta que cayó con la lengua afuera, botando una espuma amarillenta.



2 comments:

Anonymous said...

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