Así que con la globalización se abre un mundo sin fronteras, muy interesante. Pues entonces que me metan mejor el dedo en el culo. Todo es pura retórica capitalista, ya que lo único realmente globalizado que tiene este globo, perdón, mundo, es el beneficio privado de una minoría poderosa que manipula en su provecho el sufrimiento de quienes viven al otro lado de los muros, en este caso, sus fronteras. Sí y digo muros porque son ellos mismos, los países industrializados con su capital triunfante los que se han puesto a construir sus propias murallas para impedir la entrada a la fortaleza privilegiada de su propio –según ellos- primer mundo a aquellos que huyen de los infiernos del tercero. No en vano, mientras que se predica la marcha inexorable hacia un mundo sin barreras, crecen también por doquier muros como: cuidado, otra vez los mexicanos, por qué no electrificamos mejor un cerco con púas, cosa que los sancochamos ahí nomás; hagamos patria: restrinjamos de una vez las migraciones de esos africanos para evitar el caos social y económico de nuestra linda Europa; qué buena idea es esa de capacitar con las milicias de los cascos azules las fuerzas del orden en las poblaciones de Asia y Medio Oriente, cosa que así los tenemos siempre bajo nuestro dominio; a ver anglófilos y queridos hermanos del occidente, qué esperan pues en ayudar a los israelitas a subir siquiera medio metro más sus paredes fronterizas contra los llorones de los palestinos; ah, pero eso sí, los barrilitos de Arabia Saudita nadie los toca porque sino, ¿con qué producimos pues?
Por otro lado, hasta cuándo aguantaremos esa absurda campaña de reconciliación pos muro de Berlín, pregonando cínicamente a los cuatro vientos de que todos debemos mejor unirnos hacia un mundo más abierto, sin fronteras. ¡Absurdo, totalmente absurdo! Quién afirme eso, pues le aconsejo que nazca mejor de nuevo. Por qué no averiguan mejor qué hacen esas criaturas VIP, llamados también vacas sagradas, que pueden ir con sus capitales por todas partes según su sacrosanta conveniencia, sea cual sea el precio, a pagar en sufrimientos humanos. Lo mismo va para esa China emergente, ávida de consumo, sarta de lobos glotones que compran y copian todo lo que produce el resto del mundo para luego producirlo a costa sólo de explotación y látigo con su propia gente. O esas murallas económicas del proteccionismo europeo y americano que obliga a reducir, por decir nomás un ejemplo, el precio del cobre peruano prácticamente a un nivel ridículo; o él de la carne argentina, la soya de los brasileros, el cacao de los nigerianos, y claro, también el algodón de Bangladesh y el arroz de Malasia, entre otros. ¡Qué viva pues la globalización y ese mundo sin fronteras!
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