SecuenciaSonar


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C O M U N I C A D O


A mi querido público de lectores y amigos todos, con este pequeño aviso, quisiera por favor que me disculpen pero por motivos estrictamente de tiempo y trabajo que lo necesitaría para terminar y concentrarme sólo en mi segunda novela, en mi blog Flujanz ya no publicaría más artículos ni trabajos literarios hasta durante un tiempo o mejor dicho nuevo aviso. Salvo las producciones musicales y vídeo-clips de SecuenciaSonar, que sí las seguiría divulgando y actualizando cada cierto tiempo en este mismo espacio, así como también en el siguiente link, www.reverbnation.com/secuenciasonar. Por otro lado, no se preocupen que, para todos mis amigos en Facebook y Twitter, seguiré también escribiéndoles como siempre.

En ese sentido, a todos mis fieles seguidores, amigos, lectores y conocidos todos, les pediría que durante este tiempo de ausencia tuvieran también algo de paciencia, que pronto, muy pronto estaría, como siempre, yo y mi excéntrico personaje Flujanz de nuevo con ustedes para seguir deleitando (a unos) o quizá aturdiendo (a otros) con más escritos y ocurrencias mías. Y, bueno, lo fundamental, de paso también ofrecerles, después de mi primera novela ¿Por qué a mí? que ya ha sido publicada también en dos ediciones (2003 y 2008, respectivamente), mi otro gran segundo intento de ficción literaria o, si quieren, llamémoslo una otra historia de esas entripadas mías.


FREDERIC LUJÁN ZEISLER


Alemania, miércoles, 20 de marzo de 2013

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Tuesday, March 04, 2008

Esto sí que aprieta


“¡Caramba!, son las siete de la noche y en media hora tengo que estar en la universidad.” Se dice Flujanz estresado, ya que había estado estudiando todo el día una ponencia sobre gerencia integral que iba a dictar en la universidad.
Distraído como es, termina de ducharse y aún concentrado con su ponencia, y que tal sería si mejor les expongo también algo sobre la ventaja competitiva, el fundamento de toda estrategia, abre el ropero de su dormitorio y coge lo primero que encuentra: un calzoncillo desgastado, una camiseta gruesa de algodón, unas medias negras, el pantalón gris de lanilla, la camisa azul de manga larga; y, un fino suéter gris de angora talla S de Teresa su mujer quien por fatalidad había dejado equivocadamente en su ropero.
“Carajo, cuántas veces le he dicho a Tere que no lave tan seguido mis chompas que se encogen.”
Flujanz, un hombre más bien de horma grande, para unos hasta gigante, acomoda la diminuta prenda en sus manos, se mira sin verse en el espejo del guardarropa porque sigue cavilando en la ventaja competitiva, la creación de valor, la eficiencia en las operaciones y cosas por el estilo; y zambulle luego la cabeza y sus brazos dentro de esa segunda piel de lana, la cual le ajusta de tal manera el cuerpo que parece como si se tratara de un traje buzo.
“Mierda, esto sí que aprieta. Qué pura lana ni lana, seguro que lo han hecho mas que de hebra sintética viscosa. Conozco a los chinos.”
Tratando de calzar la cabeza (que dicho sea de paso tampoco es para nada pequeña) y sus brazos con las que supuestamente podrían ser las aberturas del cuello y las mangas del pulóver, se encuentra repentinamente en una penumbra gris que le va envolviendo la cara. Por el aliento acuoso de su boca se le va adhiriendo también un vaho húmedo caliente mezclado con pelusas de angora perfumadas en la cara, que no le permite ni pestañar. No es fácil, sin embargo, parece intuir una luz de salida: se controla, sigue metiendo la cabeza, se retuerce, encoge los hombros; hala el borde del suéter hacia abajo y se ayuda con el brazo derecho, dilatando su tronco y estirando el cuello como periscopio, pero nada.
“Calma, calma...”Se da ánimos Flujanz, porque ahora nada es más importante que seguir pensando en su ponencia: “Claro, eso es, cuando les muestre los pro y contra sobre la ventaja competitiva –¿o se dice competiticia?-, aprovecharé en resumirles también algo sobre el triángulo de la rentabilidad.”
Su perfeccionismo y preocupación por la exposición es tal que ni cuenta se da de las cosas que hace; se mueve involuntariamente, por inercia, instintivo.
“Ajá, ya me acordé, la segmentación estratégica representada en un solo gráfico bidimensional. ¡Fabuloso, fabuloso!”
La tela le aplasta de tal manera la frente, ojos, nariz y boca, que poco a poco siente que le va faltando el aire. Mientras una mano logra apenas explorar la mitad de lo que podría ser una manga –o digámoslo mejor de esta otra manera: parte del vestido que podría servir para meter el brazo-, las finas pelusas grises de angora se le aglutinan en las mejillas, pómulos y mentón, formando un solo engrudo pastoso en la cara. Hasta que por fin logra sacar la mano izquierda que le parece más bien como una araña.
No sabe muy bien por qué, quizás por la emoción de que por fin una parte de su cuerpo haya encontrado una salida fresca, ahora es como que se le han confundido más los papeles y comienza a trastocar su exposición con otras visiones:
“Una araña, sí, una araña coja es lo que les dibujaré en la pizarra porque le delinearé sólo cinco dedos, este, quiero decir piernas.”
Y mueve los cinco dedos de su mano lacerados de tantos tirones y jalones, como cerciorándose de que sean efectivamente cinco.
“Empezaré, por ejemplo, con la palma, perdón, me refiero a ese cuerpo peludo que representa el núcleo de la rentabilidad, anexándole luego estos cinco dedos-pierna que simbolizarán las cuatro variables de mercado más su respectiva palanca teórica o cajón de sastre.”
Como todo su tronco, contando desde la cabeza, hombros, brazos, hasta parte de sus pectorales, ha quedado revestido por esa tela, sentir en ese momento el fresco aire, aunque fuese solamente en la mano, le hace pensar que tal vez que ya le falta poco.
“¡UF!... Menos mal me falta poco.” Suspira, su respiración es lenta, espesa. La prenda húmeda de tanto jadeo se le ha enquistado hasta en los ojos, oreja, y en fin, en casi todos los poros de la cara.
Entre semejante laberinto apretado, buscar un subterfugio no es nada fácil: la saliva que le brota toda concentrada con sabor a pelusa por la boca; los párpados que se le han pegado de tanto sudor, y sus velludas cejas que se recosen con la lana. Tira y tira hacia abajo con el codo derecho, que se le ha enredado como molusco con el borde inferior del pulóver a la altura de la cintura; vuelve a estirar su cuello de tortuga; extiende simultáneamente el brazo izquierdo a ver si con su mano libre, que no sabe por qué pero que le sigue pareciendo una araña, logra talvez encontrar la otra manga (¿será acaso la manga?); usa sus dotes de contorsionista, ladeando bruscamente su tronco sesenta grados hacia la izquierda y dobla hacia atrás todo su brazo flácido y descoordinado, girando en un mismo eje, una y otra vez, rastreándose la espalda como trompa de elefante desde la zona lumbar hasta el culo.
Toda esta experiencia le parece rarísima a Flujanz, abstrayéndose cada vez más con sus visiones.
“Hombre, o qué tal entre tanto entretelado peludo, mejor les hago una representación tridimensional de nichos de mercado sobre productos telares arácnidos. Además, con esta trompa con cabeza de araña que me toquetea hasta el culo, seguro que ni explicándoles la estrategia de evaluación preliminar del generalísimo chino Sun Tzu me entenderían.”
Mareado y ciego por la tela que se le ha cosido entre los ojos, cae al piso, vuelve a pararse, vuelve a caerse; se tropieza con el filo de la puerta del armario, rompe el espejo; se precipita encima de la cómoda de su mujer: bota la lamparilla, los adornos, los retratos; y nada, sigue aún atrapado.
Hasta que por fin el distinguido profesor Flujanz logra encontrar las codiciadas aberturas del pulóver (¿serán acaso?).
Y claro, siempre serio y muy concentrado, entra al auditorio de la universidad, y se sorprende mucho porque todos comienzan a reírse también de él.





Publicación Flujanz


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